jueves, 13 de marzo de 2008
Zoofilia y otros derivados
Es curioso cómo las cosas que hacemos en nuestra infancia nos afectan luego profundamente en nuestro "adulterio". La palabra zoofilia no me gusta tal y como es entendida normalmente. Aún no he descubierto ni un sólo rasgo humano que nos distinga radicalmente de los demás animales, de modo que para mí la zoofilia es algo habitual: follo con perrxs, trato de librarme cada día de las víboras, me gustan las cerdas...
De pequeña tenía un hamster, Alejandrito se llamaba. Recuerdo que me lo metía en las bragas por las noches y le dejaba hacer lo suyo, que era bastante divertido y placentero hasta que un día debió confundir mi clitóris con una almendra o le dio agobio de estar ahí apretado y me mordió. Nada que lamentar, afortunadamente, pero nuestra relación dio un trágico giro desde esa noche y acabé regalándoselo a la vecina (no sin antes aconsejarla que tratara de vencer la tentación de metérselo en las bragas).
Mi segunda y última relación zoófila tuvo lugar en la adolescencia. El perro de mi abuelo es el típico que se coge todo lo que pilla, ya sea un cogín o una silla o la pierna de cualquier visitante incautx. Yo soy la responsable directa de ese procaz comportamiento. Durante el verano (única época en la que tenían lugar nuestros encuentros eróticos) me dedicaba a toquetearle por ahí abajo, me gustaba el tacto de esa polla rugosa y bermeja. Curiosamente a mí nunca trataba de montarme, sólo se dejaba hacer. Paré de hacerlo cuando comprendí que quizás el pobre perro estaba siendo violado, sometido a una relación no elegida más que por sus instintos más primarios.
Ahora siempre que me ve se pasa horas cortejándome, ya está viejo, no quiero matarle de un subidón. Aunque bien pensado, quizás sirva todavía para eso de la mermelada...
Es posible que aquellos escarceos zoófilos hayan sido determinantes en mi sentido de la auto-animalidad.
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1 comentario:
"debió confundir mi clitóris con una almendra o le dio agobio de estar ahí apretado y me mordió"
-¡Auch!
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