La mayoría de la gente blanca-occidental-urbana que come carne jamás han tenido un contacto directo con la carne mientras estaba viva. La conocen envasada, empaquetada, troceada, aliñada, deshuesada, picada, en todo caso muerta.
Lo mismo les sucede con los huevos o la leche: nunca le han visto el trasero a una gallina ni las tetas a una vaca, o al menos nunca de forma no televisada. Para ellxs la carne es un producto alimenticio que sale del supermercado, no creo que ni la mitad piensen en el concepto de “matadero”. Es muy difícil pensar en el dolor o el sufrimiento o la propia muerte del animal si nunca se ha tenido entre las manos la cabeza de un cerdo muerto, o el pellejo de un conejito recién arrancado o jamás se ha contemplado la mirada de un cordero cuando lo degüellan.
El motivo (uno de ellos, el principal) por el que me hago acompañar a veces por animales asesinados indignamente durante mis performances, es porque lo considero un ataque terrorista directo a esta clase de carnívorxs que han perdido el contacto total con la realidad de los cadáveres que cocinan y devoran. En una ocasión, una chica a la que había colocado la cabeza de un lechón entre sus manos me dijo: “Su cara transmite tanto dolor que no sé si volveré a probar el cerdo”. Y efectivamente, el cerdito tenía los ojos en blanco, se había mordido tanto la lengua que colgaba de su boca hinchada y amoratada y las venas de detrás de las orejas le habían estallado bajo la piel. Ahí mismo en sus manos el horror que se esconde tras cualquier bonito y ordenado pasillo de supermercado, con las bandejitas de plástico ordenaditas por peso y tipo de carne. Puedo asegurar que después de haber estado en un matadero o en una explotación ganadera (y he estado en algunas), no se vuelve a ver de la misma forma ese pasillo, adquiere un matiz siniestro, enfermizo, en cierto modo repugnante.
El otro motivo por el que la cabeza de un cerdo cosificada me parece un buen elemento performativo es un poco más metafórico pero también es importante. Mi trabajo ahora está enfocado en gran parte en el odio, el dolor y la muerte. La pornografía mediática ha conseguido, a base de la reiterada muestra de lo que dicen llamar “los horrores de la guerra”, “los desastres naturales” y “la maldad del mundo”, que visionar el cuerpo destripado de un niño en el asfalto o una decapitación, lapidación, ahorcamiento, etc, no nos afecte o no lo haga en el modo en que debería hacerlo. Si quieres matar la imaginación de una persona, empieza por su sensibilidad, es tan básico como eso. Durante las últimas performances estoy proyectando tras de mí, en una pantalla, la muerte de varias personas, entre ellas, una decapitación. Lo que quiero conseguir es que las personas que están viéndome y escuchándome se pregunten, entre otras cosas, cuál es la diferencia que hay entre la cabeza de un cerdo y la de una persona. La respuesta a esa pregunta es una solución para comenzar a desbloquear los mecanismos de opresión mental que nos alejan de nuestro animal y nos acercan a la clase de zombi en que nos quieren convertir.
Estoy cansada y harta de que ciertos sectores vegetarianos-veganos traten de hacerme sentir culpable como carnívora. Vivo con un vegeta que nunca ha tratado de hacerme sentir mal por comer carne, él me respeta y yo le respeto. Pero quienes me vienen con la perorata de que pobres animalitos y del consumo y de esto y lo otro… sinceramente, creo que se olvidan de quiénes somos y de dónde venimos, bajo un seguramente bien aprendido discurso tratan de convencerme de que hay que proteger a los animales de nuestra barbarie, olvidando por completo nuestra propia animalidad. Nunca he estado en desacuerdo con eso de que el pez grande se coma al pequeño, de hecho, así creo firmemente que tiene que ser. Me gustaría saber de qué modo podría yo convencer a un león para que no me devorase.
Algo así, algo como el veganismo o vegetarianismo sólo ha podido surgir, evidentemente, en el ámbito blanco-occidental-urbano, en una sociedad industrial donde el propio sistema ha conseguido desnaturalizarnos tanto que hemos olvidado que si no hubiera sido porque empezamos a comer carne jamás hubiéramos bajado de los árboles y jamás hubiéramos llegado a tener un cerebro de 1300 gramos (cosa que, desgraciadamente para la salud del planeta que habitamos, resultó inevitable). Y esta desnaturalización es un arma de doble filo con la que siempre se cortan lxs mismxs: nosotrxs. Lxs que comemos carne porque comemos carne rabiosa y lxs que eligen no hacerlo, porque olvidan, en muchas ocasiones, su propia animalidad, su propia naturaleza, lo cual es bastante peligroso a la hora de re-establecer las conexiones con el yo primitivo bloqueadas por esta sociedad que trata de dormir nuestros instintos.
La especie humana es omnívora. Hay especies que no se comen a otros bichitos y las hay que sí. Nosotrxs estamos dentro de las que sí. Está en nuestra sangre, en nuestra memoria celular y en nuestro cerebro. Es cierto que grupos sanguíneos más evolucionados, como el A o el AB pueden prescindir totalmente de la carne sin ningún tipo de alteración en su organismo. Pero yo soy 0- y cuando paso más de una semana sin comer carne algo se activa en mi cabeza y me entran ganas de matar, cosa que no es muy aconsejable en una ciudad, porque lo único matable son personas. Es así como funciona mi cuerpo, no es siempre agradable porque no tengo casi nunca la posibilidad de cargarme yo a mi propia gallinita y me lo tiene que hacer un funcionario de la muerte, al que posiblemente nunca se le haya pasado por la cabeza la idea de mirar a los ojos al animal que mata o sentir un mínimo de gratitud por su sacrificio.
No estoy de acuerdo con el sistema de la industria de la carne, la leche, el huevo, precisamente por eso, porque es una industria, porque comercializan con la muerte de animales a los que nadie ha dado la opción de vivir dignamente y de paso nos intoxican un poco más con toda la cantidad de mierdas con las que “aderezan” sus mercancías. Pero es lo que me toca, joderme, al menos hasta que sea rica y pueda permitirme criar, alimentar y matar a mis propios animales.
Lo mismo les sucede con los huevos o la leche: nunca le han visto el trasero a una gallina ni las tetas a una vaca, o al menos nunca de forma no televisada. Para ellxs la carne es un producto alimenticio que sale del supermercado, no creo que ni la mitad piensen en el concepto de “matadero”. Es muy difícil pensar en el dolor o el sufrimiento o la propia muerte del animal si nunca se ha tenido entre las manos la cabeza de un cerdo muerto, o el pellejo de un conejito recién arrancado o jamás se ha contemplado la mirada de un cordero cuando lo degüellan.
El motivo (uno de ellos, el principal) por el que me hago acompañar a veces por animales asesinados indignamente durante mis performances, es porque lo considero un ataque terrorista directo a esta clase de carnívorxs que han perdido el contacto total con la realidad de los cadáveres que cocinan y devoran. En una ocasión, una chica a la que había colocado la cabeza de un lechón entre sus manos me dijo: “Su cara transmite tanto dolor que no sé si volveré a probar el cerdo”. Y efectivamente, el cerdito tenía los ojos en blanco, se había mordido tanto la lengua que colgaba de su boca hinchada y amoratada y las venas de detrás de las orejas le habían estallado bajo la piel. Ahí mismo en sus manos el horror que se esconde tras cualquier bonito y ordenado pasillo de supermercado, con las bandejitas de plástico ordenaditas por peso y tipo de carne. Puedo asegurar que después de haber estado en un matadero o en una explotación ganadera (y he estado en algunas), no se vuelve a ver de la misma forma ese pasillo, adquiere un matiz siniestro, enfermizo, en cierto modo repugnante.
El otro motivo por el que la cabeza de un cerdo cosificada me parece un buen elemento performativo es un poco más metafórico pero también es importante. Mi trabajo ahora está enfocado en gran parte en el odio, el dolor y la muerte. La pornografía mediática ha conseguido, a base de la reiterada muestra de lo que dicen llamar “los horrores de la guerra”, “los desastres naturales” y “la maldad del mundo”, que visionar el cuerpo destripado de un niño en el asfalto o una decapitación, lapidación, ahorcamiento, etc, no nos afecte o no lo haga en el modo en que debería hacerlo. Si quieres matar la imaginación de una persona, empieza por su sensibilidad, es tan básico como eso. Durante las últimas performances estoy proyectando tras de mí, en una pantalla, la muerte de varias personas, entre ellas, una decapitación. Lo que quiero conseguir es que las personas que están viéndome y escuchándome se pregunten, entre otras cosas, cuál es la diferencia que hay entre la cabeza de un cerdo y la de una persona. La respuesta a esa pregunta es una solución para comenzar a desbloquear los mecanismos de opresión mental que nos alejan de nuestro animal y nos acercan a la clase de zombi en que nos quieren convertir.
Estoy cansada y harta de que ciertos sectores vegetarianos-veganos traten de hacerme sentir culpable como carnívora. Vivo con un vegeta que nunca ha tratado de hacerme sentir mal por comer carne, él me respeta y yo le respeto. Pero quienes me vienen con la perorata de que pobres animalitos y del consumo y de esto y lo otro… sinceramente, creo que se olvidan de quiénes somos y de dónde venimos, bajo un seguramente bien aprendido discurso tratan de convencerme de que hay que proteger a los animales de nuestra barbarie, olvidando por completo nuestra propia animalidad. Nunca he estado en desacuerdo con eso de que el pez grande se coma al pequeño, de hecho, así creo firmemente que tiene que ser. Me gustaría saber de qué modo podría yo convencer a un león para que no me devorase.
Algo así, algo como el veganismo o vegetarianismo sólo ha podido surgir, evidentemente, en el ámbito blanco-occidental-urbano, en una sociedad industrial donde el propio sistema ha conseguido desnaturalizarnos tanto que hemos olvidado que si no hubiera sido porque empezamos a comer carne jamás hubiéramos bajado de los árboles y jamás hubiéramos llegado a tener un cerebro de 1300 gramos (cosa que, desgraciadamente para la salud del planeta que habitamos, resultó inevitable). Y esta desnaturalización es un arma de doble filo con la que siempre se cortan lxs mismxs: nosotrxs. Lxs que comemos carne porque comemos carne rabiosa y lxs que eligen no hacerlo, porque olvidan, en muchas ocasiones, su propia animalidad, su propia naturaleza, lo cual es bastante peligroso a la hora de re-establecer las conexiones con el yo primitivo bloqueadas por esta sociedad que trata de dormir nuestros instintos.
La especie humana es omnívora. Hay especies que no se comen a otros bichitos y las hay que sí. Nosotrxs estamos dentro de las que sí. Está en nuestra sangre, en nuestra memoria celular y en nuestro cerebro. Es cierto que grupos sanguíneos más evolucionados, como el A o el AB pueden prescindir totalmente de la carne sin ningún tipo de alteración en su organismo. Pero yo soy 0- y cuando paso más de una semana sin comer carne algo se activa en mi cabeza y me entran ganas de matar, cosa que no es muy aconsejable en una ciudad, porque lo único matable son personas. Es así como funciona mi cuerpo, no es siempre agradable porque no tengo casi nunca la posibilidad de cargarme yo a mi propia gallinita y me lo tiene que hacer un funcionario de la muerte, al que posiblemente nunca se le haya pasado por la cabeza la idea de mirar a los ojos al animal que mata o sentir un mínimo de gratitud por su sacrificio.
No estoy de acuerdo con el sistema de la industria de la carne, la leche, el huevo, precisamente por eso, porque es una industria, porque comercializan con la muerte de animales a los que nadie ha dado la opción de vivir dignamente y de paso nos intoxican un poco más con toda la cantidad de mierdas con las que “aderezan” sus mercancías. Pero es lo que me toca, joderme, al menos hasta que sea rica y pueda permitirme criar, alimentar y matar a mis propios animales.
Todo esto es una declaración que considero necesaria. Ya en Arteleku empecé a pensar sobre ello. La cabeza de cerdo que tenía preparada para mi performance se quedó en la nevera. Finalmente decidí que las personas que iban a presenciar el show no necesitaban ese contacto directo del que hablo al principio para llegar a conclusiones interesantes sobre la muerte o la vida o el sufrimiento; y también pensé que sería demasiado difícil explicar en pocas palabras todo esto que acabo de soltar. Pero hace unos días una chica me escribió a mi myspace para expresarme su desacuerdo en cuanto al uso de animales en mis performances, y aquellas palabras que tenía en la cola de espera se me han hecho más urgentes, porque hay más personas como ella, gente cercana a mí que tampoco comprenden muy bien este aspecto de mi forma de performar, y son personas importantes para mí, por las que quiero ser comprendida.
Me declaro profundamente carnívora por muy políticamente incorrecto que pueda ser. Últimamente, los juicios de lo política/moralmente correcto me vienen básicamente de personas que están o parecen estar de mi lado, lo cual es bastante jodido porque aunque es razonable que no se esté de acuerdo en todo, al menos sí se espera un mínimo de esfuerzo para comprender lo que hay detrás de las acciones de alguien como yo, que no soy una santa pero que hago lo que puedo para cambiar lo que no me parece justo. Quizás de esto se trate el terrorismo que practico: cuando te estalla una granada en las manos, de seguro salpicarás a todxs por igual.